miércoles, 11 de enero de 2012

Luz para las naciones

¿Se acabó la Navidad?

En apenas unas semanas hemos celebrado la Expectación de la Virgen María, Esperanza Nuestra hecha realidad en la Natividad del Señor. Así fue como el Verbo se hizo carne, anunciado a los pastores y adorado por los Magos de Oriente que reconocieron al Hijo de Dios gracias a la Estrella de Belén, luz celestial que alumbra al que será luz para las naciones. Hemos celebrado a Santa María, Madre Dios, y al Dulce Nombre de Jesús, en la Octava de la Navidad y fiesta de la Circuncisión del Señor, y también hemos conmemorado la matanza de los Niños Inocentes y la huída a Egipto y vuelta a Israel de la Sagrada Familia.

Después de la Epifanía, con la fiesta del Bautismo del Señor hemos terminado el tiempo de Navidad y comenzamos el primer Tiempo Ordinario. Así, en apenas unos días, hemos pasado de la infancia y “vida oculta” de Jesús a la presentación e inicio de la vida pública del Mesías. En realidad el Bautismo de Nuestro Señor es una segunda Epifanía: con el bautismo en el Jordán, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo se da a conocer. Cuando Jesús es bautizado por Juan como uno más, asume plenamente la condición humana con toda su debilidad y el pecado de todos. Pide perdón por el pecado ajeno que Él hace propio. Al salir del Jordán, Jesús sale de su tiempo preparatorio y es proclamado como el Hijo predilecto, el Hijo amado del Padre, con la luz del Espíritu Santo de nuevo reposando sobre el Hijo de la luz - Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero-. A partir de ahora, el objetivo apasionado y declarado de Jesús será evangelizar, es decir, dedicarse por completo a proclamar la llegada del Reino de Dios.

En las próximas lecturas del Evangelio seguiremos el camino de Jesús, sus enseñanzas y las señales milagrosas que va dejando por toda Palestina, hasta llegar al tiempo de Cuaresma, cuando Jesús en el mismísimo templo de Jerusalén, el templo de su Padre, proclame abiertamente: “Yo soy la luz del mundo”, sabiendo que le queda ya muy poco para culminar su obra redentora.

Pero todavía nos queda una fiesta para cerrar en un sentido amplio este tiempo de Navidad: la Presentación del Niño Jesús en el Templo y Purificación de María (Lucas 2,22-40), el próximo día 2 de febrero (fiesta de las Candelas, fiesta de la luz, Virgen de la Candelaria). A los cuarenta días de la Natividad la Sagrada Familia se desplazó a Jerusalén y visitó el Templo para presentar a su Primogénito, cumpliendo así con los preceptos y ofrendas establecidos en la Ley de Moisés. Allí la anciana Ana y el sabio Simeón reconocerán al Niño Jesús como el Salvador, luz para alumbrar a todas las naciones.

La profecía de Simeón a María sobre su Hijo será el primero de los siete Dolores de la Virgen: “Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a tí una espada de traspasará el alma”.

Pasado el peligro de Herodes el Grande, la Sagrada Familia volvió “a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba”; mientras tanto “María conservaba y meditaba todas estas cosas en su corazón”.

Realmente será entonces cuando terminemos el tiempo de Navidad y prosigamos el camino de Jesús hacia la Cuaresma; hasta la tercera Epifanía en las bodas de Caná, cuando María interceda ante su Hijo: - “Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? Aún no ha llegado mi hora”. Pero María, con su ascendencia de Madre, insiste: “Haced lo que Él os diga”.

Siempre María, la discípula primera, la esclava y sierva del Señor, siempre acompañando al Hijo, siguiendo al Hijo, e intercediendo por nosotros. Antes, durante y después. Siempre.

Por un 2012 de amor
y de luz para todas las naciones
¡Viva la Virgen de la Cabeza!